Jeff Koons
Cuando nacen las vanguardias, en la segunda mitad del siglo XIX, en el contexto de las revoluciones industriales europeas, también nace un concepto que los alemanes llaman kitsch, entendiéndose como una cultura artística de inferior categoría, diseñada para el consumo de una población alfabetizada cada vez en aumento, pero que no puede optar al consumo de la cultura formal, perteneciente a las clases dirigentes.
En el arte la fascinación por lo trivial nace con el pop art o arte popular en un intento de establecer contacto con el gran público que había sido excluido por la intelectualidad. El término se aplica a todo, desde la música, los estilos de peinado, el cine, la publicidad.
El artista Richard Hamilton en su cuadro titulado ¿Y qué es lo que hace a los hogares de hoy en día tan diferentes, tan atractivos? (1956) nos refleja los gustos de una cultura de masas, una crítica irónica con respecto a los símbolos de opulencia americanos; en este sentido irónico nos recuerda la herencia del dadaísmo.
Más acordes con la definición del pop art, podemos citar a Roy Lichtenstein o Andy Warhol que presentan una renuncia a la expresividad y al toque personal a favor de un estilo impersonal y una limitación temática a los artículos de consumo comerciales existentes y a la imaginería de los medios de comunicación de masas, así como la renuncia a toda ideología, crítica y referencia metafórica.
Nunca en ninguna época pasada ha habido una proliferación y exhibición tan grande de los signos y emblemas kitsch como en nuestro mundo cotidiano, en el que conviven con la audacia del signo contrario.
Jeff Koons aparece en los años 80 con sus conejitos, cerditos y Cicciolinas y demás réplicas decorativas de objetos de consumo en acero inoxidable, porcelana, vidrio….etc. Koons representa el reflejo Kitsch de lo trivial de una sociedad. Surge a través de la publicidad (utiliza los servicios de una agencia de publicidad para promover su imagen) como estrella mediática, apoyado por las maquinaciones del mercado artístico y se hace un hueco sorprendentemente importante.
Utiliza objetos populares, cotidianos, vulgares y coloristas de los que encarga una réplica en grandes tamaños para dar una apariencia más efectista. Y así sobredimensionados los dispone en galerías bien iluminadas y otros lugares de culto para despojarlos de su antigua función como hiciera Duchamp en otros tiempos.
Otros tiempos y otra cosa porque lo que Duchamp presentaba como gesto de rebelión, era una provocación con una carga crítica e irónica que planteaba la desacralización del arte, cuestionando el valor que el arte había tenido hasta ese momento. Esta era una batalla que nada tenía que ver con las manifestaciones fuera de tiempo, populistas, oportunistas, banales y pobres de un personaje tan ridículo y superficial como Jeff Koons que se vende a sí mismo y que representa junto con sus promotores la auténtica manipulación del gusto en directa relación con el consumismo y el capitalismo.
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