Conferencia de Josep Montoya sobre Joan Hernández Pijuan con quien compartió amistad y docencia en la facultad de Bellas Artes de Barcelona.
Se trata de pensar a posteriori sobre el encuentro con Pijuan; el hombre se ha ido y la obra sigue viva para todo el mundo; pero para el amigo, también sigue vivo el hombre en la memoria y es que siempre queda viva la esencia de los seres queridos a través de nuestros recuerdos; esa esencia es la que Pep Montoya pretende transmitir en esta conferencia sobre la obra de Juan Hernández Pijuan.
En la conferencia destaca la importancia de contacto directo de quien habla desde la emoción; y esta emoción se refleja en la mirada, los gestos, los silencios y la modulación de la voz.
Pep Montoya propone en su conferencia tres reflexiones sobre la obra de Pijuan; tiempo, orden y posicionamiento.
Pijuan pasaba su tiempo entre Barcelona y su casa rural ubicada en La Segarra leridana.
El tiempo como una vuelta al lugar para intentar entender el espacio y el vacío en un deseo de atrapar lo inagotable; el tiempo ya no será una progresión, el tiempo dual se queda atrapado en sus cuadros; hay un tiempo en la ciudad y un tiempo en el campo.
El tiempo urbano que es de despojamiento, propenso a la fragilidad y la levitud, que nos muestra con sus materiales frágiles: papel japonés, gouache...etc.
Otro tiempo más denso, el tiempo en el campo donde se trabaja de luz a luz, es un tiempo de encierro donde se despoja de lo superfluo con materiales más contundentes, colores y espacios vacíos de La Segarra.
Pijuan ordena, organiza las partes para hacer algo funcional y preciso desde la mirada y la reflexión de lo vivido.
Se basa en tres hechos que son duales: percibir y sentir; interiorizar y memorizar; constatar y manifestar.
Todo lo percibido constituye un archivo de material sensible que se transmite en una manifestación sintética de percepción y memoria, de gestos y actitudes. Una manifestación mínima, con ausencia de distracciones engañosas, y a la vez contundente.
Textos de Joan Hernández Pijuan:
“El paisaje que uno mira”
“Muchas veces he pensado que este gusto por el vacío y por la parquedad de elementos que utilizo me vienen dados por el sentimiento, por la memoria, y no tanto por el recuerdo, de las temporadas, en mi infancia y primera juventud, a los paisajes sobrios y duros, y hermosos por esta misma sobriedad, como el de La Segarra leridana.
Paisaje alto, de tierras llanas o bien onduladas, de horizontes bajos, trabajados por la mano del hombre, acotados por arquitecturas populares, de radicales cambios de color, de color total, de luz dura, de veranos espesos en los que el color, casi en monocroma, pastoso, se hace materia.
Paisaje al cual retorno con frecuencia y donde comparto, junto con el de Barcelona, taller y horas de trabajo. Quizás de allí proviene esta radicalidad del color, esta luz no impresionista, no atmosférica, mi gusto por la monocromía, por el color pastoso, por el color total, por el color radical y por la acotación que señala el límite o por los límites que delimitan espacios.
Si he hablado de que se trataba de "convertir el espacio en algo que uno mira" podría decir también que se trata de convertir el paisaje en algo que uno mira.”
Joan Hernández Pijuan, Folquer, mayo 2005
Mi forma de mirar
“Una luz plateada recorría rasante los campos. Desde lo alto, desde la pequeña ventana del estudio no podía dejar de mirar el milagro de la luz. El enorme contraste entre la luz y la sombra, ese contraste dibujado por las distintas terrazas, por los márgenes y los límites del campo. Era ese momento inmóvil y silencioso del atardecer.
Al principio intenté imitar el color. Era como de plata vieja y me encontré con los blancos.
Me interesó la sensualidad de dibujar sobre la superficie blanca y blanda del óleo.
Ese blanco casi monocromo me llevó a utilizar mayormente el color entero, en su pureza, (blanco, tierras rojas, negros, amarillos de Nápoles…), es decir a utilizar el color sin más mezclas que la que se produce sobre la misma superficie por el mismo ritmo del trabajo. Un trabajo rápido y tenso en el que los matices, transparencias, gradaciones, densidades, etc., se dan, cuando se dan, por el mismo acto de pintar.
Por esa sensación de que mano y mirada se aúnan para decidir resultados, unos resultados que, desde un principio, irán señalando el camino a seguir hasta llegar a ese momento en que no hay necesidad de más, en que el cuadro no acepta ya nada más. La obra está terminada y va, seguramente, a reflejar mi forma de mirar, mi forma de estar”.
Joan Hernández Pijuan, Abril de 2005